Hay cosas en la vida que nunca salen bien. Tienen esa característica especial y única que las hacen insoportables y, a veces, llegan a ser inabordables. Son esas pequeñas e insufribles “vendettas” que la cotidianeidad te pone por delante y que rara es la vez que tienen un buen final; como por ejemplo: las medias nunca suben derechas, ellas piensan que tus piernas tienen otro trazado y, porque si, porque son así de independientes, deciden subir torcidas y al final clavarse en la ingle toda la mañana; o cuando tienes una prisa infinita y las llaves del coche han decidido esconderse en la sima más recóndita del bolso y no aparecen y llegas supertarde a ese sitio tan importante; o ese día que tienes una cita con alguien especial y decides estrenar tu “petite robe noir” arrebatador, y al ponértelo le dejas todas las marcas blancas del desodorante señaladas a lo largo de la falda y por mucho que las frotes con la toalla mojada no se quitan, y al final, optas por ponerte otro petite robe, que ya no es noir ni es tan arrebatador. Y esas lentejas, que todos los lunes te salen de lujo: con sus zanahorias y su chorizito rico, trabatitas con su patata redonda… y ese lunes, ese en que el novio de tu hija se presenta de pronto a comer, ese… te salen de asco; con más agua que un té inglés, y además duras como piedras y con una piel como la de los altramuces… y no lo entiendes, no lo comprendes pues las has hecho como siempre, con todo el amor que un lunes deja libre para hacer las dichosas lentejas. Y no hablemos de cuando decides coger un taxi para que te lleve a la estación y por el camino te encuentras con cinco manifestaciones diferentes, una procesión de traslado de santo y un corte de calle principal por la rotura de una tubería mayor… y cuando llegas a la estación al borde de un infarto, corres para coger ese maldito tren y la sansonite decide abrirse y todas tus pertenencias luchan por hacerse un hueco en ese andén de provincias. Muy triste todo… pero todo cierto.
Pues
como dice la canción, yo a la vida, “todito se lo perdono”, que entiendo que no
voy yo a vivirla sin pena y con toda la gloria. Que todos tenemos que sufrir en
este valle. Que a mí me pasan esas cosas tontas que nunca salen bien, y que me
aguanto, que no tienen importancia… pero lo que no le perdono a la vida es que
no me deje gozar de la sensación de ver que me ha salido bien, estupendamente: “la
raya del ojo”… es imposible, nunca sale con un poquito de perfección, siempre
tiene algún defecto: o está más gorda en un ojo que en el otro, o si me sale más
fina parece que estoy bizca y me faltan pestañas… Ni con lápiz, ni con “eye line”, ni con un
rotulador monísimo que hay para la ocasión, nada, siempre me sale fatal.