domingo, 24 de noviembre de 2013

TORRE DE LA VELA

panoramio
Eres  mascarón de proa de esa nave espléndida. Principio de lo más granado. Anfitriona segura, potente, mayestática. Con toda la plenitud de lo vivido en tu estampa; sabiéndote mágnifica en lo más alto de la Sabika. Dominando la Vega, asomándote al Albayzin y ofreciéndonos, donosa: Sierra Nevada. Guiando quieta, inmóvil, ese galeón que intenta navegar sobre un mar de tejados grises y brillantes; esa galera que quiere, garbosa, surcar el Darro hasta encontrar el Genil y llevar esa singladura para al fin dar con el océano.

Coronando tu donaire, la peineta... que graciosa guarda en su vano la campana más hermosa, la más sonora. La que daba el turno a los regantes de la Vega y también nos anunciaba los desastres y la muerte de los coronados. La que vencía al destino cuando las mozas casaderas le pedían un buen marido al tañírla el día 2 de Enero. Esa que Lorca rimaba en el Diván del Tamarit:
"Solamente por oír
la campana de la Vela
me abrasaba en tu cuerpo
sin saber de quién era".
O quizás es aquella que todos los que te conocemos cantamos desde niños:
"Quiero vivir en Granada
solamente por oír
la campana de la Vela 
cuándo me voy a dormir".

Torre del Sol, Torre Mayor... Torre de la Vela: tu nos miras desde tu atalaya, altiva y orgullosa en tu colina. Organizadora de la ciudad antaño, ahora vistosa, muestras al visitante todos tus entresijos y secretos. Y le cuentas a las gentes que hubo gitanas bonitas que hacían en tu sombra verde, canastitas de canela: (Manolo Caracol). Y mujeres que despertaban, en los brazos de hombres con ojos verdes, cuando en tu techo tocabas al alba: (Concha Piquer). O que, no hace mucho tiempo, muchachos  jóvenes te cantaban: "Mejor que me busques, si hay luz de luna, allí en lo mas alto de la Torre de la Vela" (Grupo 091).
Matisse

Sentada en un banco de la plaza donde descansa tu perfil, te miro... ¡te admiro!, y comtemplo en silencio tu porte bravío, tu empaque. No me asustas, me acompañas, y vuelco sobre tu luz mis pesares y mis sueños.
¡Ay! mi Torre de la Vela, cada tarde del otoño vienes a contarme cuentos, a enhebrar atardeceres de tu historia, esa que también es mía; la de mis seres queridos y apenas conocidos, la de mis antepasados que vivieron tus angustias y tus triunfos. ¡Ay! mi Torre de la Vela...

Nos vemos y nos leemos pronto


Las referencias a canciones y poemas han sido buscadas en la red

lunes, 18 de noviembre de 2013

¡PARAD EL MUNDO...!

Desenfocada. Así te veo... totalmente desenfocada, y llevo las gafas puestas... no lo entiendo. Subes las escaleras como una exhalación, como un tifón, atropellando puertas y pasillos. Lanzando al aire improperios y lamentos, amenazas y maldiciones gitanas... Tiras el bolso sobre el sillón, te quitas el abrigo y la rebeca; luego la falda y a continuación las medias... pataleas pisando la ropa y al final llorando, maldices tu mala suerte. No tienes consuelo. Y yo desde este sillón, desde mi sitio sigo viéndote desenfocada, dispersa y disipada... algo borrosa. 

¡Parad el mundo, que ella se baja!...- grito.
Te callas y me miras con estupor desde esas manchas negras que te deja la máscara de pestañas en tu cara preciosa. Abres hasta el infinito tus grandes ojos y dibujas una leve sonrisa en tu boca. Esa sonrisa se vuelve mueca, he intentas llorar de nuevo, pero ya no puedes. En tu cerebro he plantado la semilla del humor... la del amor.
¡Parad el mundo, que ella se quiere bajar!...- grito de nuevo.
Y te acercas y me abrazas, y dejas en mi camisa blanca los rastros negros de la ya famosa máscara. Me besas y lloras un poco más, pero ya sin ira, sin odio... con el sosiego que dá el consuelo, el aliento. Te acercas a mi oído y despacio me cuentas tus cuitas, tus penas... con lágrimas saladas me relatas lo acontecido...muy cerquita, notando en cada una de tus sílabas tus suspiros y sollozos... 
Te miro... y con rabia contenida, me quito la camisa y también el pantalón... y piso mi ropa y pataleo encima de ella. Luego grito con todas mis fuerzas, para que todos me oigan:
¡Parad el mundo, que ella y yo nos bajamos! 
Entonces tu sonríes y, por fin, te ríes hasta las carcajadas.
Yo... soy feliz.
Nos vemos y nos leemos pronto

domingo, 10 de noviembre de 2013

VIAJANDO AL NORTE


Hoy soy pasajera. Hoy viajo. Hoy mi mente y mi corazón está ocupados en ese anhelo: viajar. Hoy me llevo el amor a otros lugares apenas conocidos pero si muy deseados. Soy pasajera de un tren que me lleva sin descanso al encuentro de la maternidad aparcada y a veces, muchas veces, añorada. Viajo al norte, a ese lugar que Princesa eligió para vivir y sentir; para trabajar y gozar... Donde el amor la llevó. 
El paisaje es del verde de la aceituna, del ocre de la tierra polvorienta en los campos donde las cañas del maíz aún no han sido segadas. Los horizontes se tornan azules en las últimas lomas que jalonan Sierra Morena. Ya van haciendo su aparición las encinas viejas y las viejas tierras que antaño fueron protagonistas de sangrientas contiendas. Algunos pueblos blancos van manchando la línea que rompe el cielo para dar paso al planeta. Y la vía... Paralela a mi viaje pero en dirección contraria; llevando al sur los anhelos, los amores. 
El tren, por ser viajado es dueño de muchos sueños. Es ladrón de historias, pirata de ilusiones y a veces, sin pretenderlo, protagonista de novelas de todos los colores. En él se conocen a gentes que se hacen intimas por unas horas, y que luego al bajar del tren, dos instantes bastan para olvidarlas.
Madrid se dibuja al fondo... Lo reconozco por esos cuatro edificios que ya lo están haciendo medianamente famoso. Y ya crucé media España, ya todo está más cerca. El sol nos abandona por el oeste, como siempre, y mancha el cielo con las tonalidades propias del mes de Noviembre: naranjas, rosas y algunos dorados.
Miro por la ventana, está muy oscuro fuera. El cristal me devuelve la imagen de mi rostro, y me sorprendo a mí misma, pues sonrío sin apenas darme cuenta. Ya queda menos. 
He llegado a mi destino... Me bajo del tren y busco sin descanso su sonrisa y sus ojos reflejados en los míos. ¡Ya estoy aquí, Princesa!, ¡ya he llegado!



Nos vemos y nos leemos pronto



domingo, 3 de noviembre de 2013

UN DÉJÀ VU EN ROMA

Hay sitios, hay lugares, hay espacios y rincones que te derrotan cuando los conoces, cuando los ves por primera vez... hay paisajes que hacen que te rindas al mirarlos. Sin pensarlo te sitúas en ellos siendo otra o, quizás, siendo otro. Y es curioso sentir como ese sitio, que te es tan cotidiano, tan familiar, nunca lo has conocido. Y te enamoras de parajes que sientes tuyos y de cielos y tierras que siempre te fueron ajenos. 
Hay momentos que nunca fueron vividos. Hay instantes soñados y deseados pero nunca ocurridos... esos que te cogen de la mano cuando acuden haciéndote protagonista de lo que sucede, de lo que acontece. Y es entonces cuando sientes que fueron tuyos en otros tiempos en otras vidas.
Hay personas que siempre fueron ajenas a tu vida y a tu tiempo, y sin embargo, las sientes cercanas y conocedoras de tus sentimientos. 
Hay experiencias, hay vivencias...

Roma, otoño 2005:
El Panteón, Roma. Fotografía de Oier Oviedo
Paseando por sus calles, sobre esos adoquines renegridos por el tiempo y brillantes también por la misma circustancia. Sintiendo ese aroma a rotundo y viejo, a vestusto que la hace que sea una ciudad tan especialmente singular, encontré ese lugar que me enamoró con solo verlo, con solo posar mis ojos en él: Al final de la Vía del Corso, en dirección al Colisseo, Piazza Venecia me recibía. Lugar hermoso, grandioso, ancho y espectácular con la fachada principal del monumento a Vittorio Emanuelle al fondo. A la izquierda de la gran plaza intuí que se abría otra más pequeña y angosta. Flanqueando el lateral más ancho ví un edificio pintado en ocre y blanco, con ventanas acristaladas en marcos de madera oscura. Justo detrás otro más hermoso aún, con columnas de mármol, arco de entrada en piedra y coronando su tejado un mirador de arcos abiertos a los cuatro puntos cardinales. A la izquierda del mismo, mi sitio, mi lugar, mi barrio... mi hogar. Era tan mío que ni mapa me hizo falta para llegar a la puerta. Caminé unos minutos por las intricadas calles y ya estaba como antaño en un lugar que me era propio, que era mío, que me pertenecía por conocido y habitado. Junto a mí una señora de pelo blanco y carrito de la compra  me saludó sonriente : ¡Buona Sera! dijo amable, y yo sorprendida y fascinada le contesto en italiano, "buona sera Signora"... y sonrío yo también, pues parece que la vida, jugando, me ha llevado al pasado, a otra vida, a otro tiempo, pues eso es lo que percibo; ya no me asusto ni me sorprendo y tampoco me intriga lo que allí me acaeció. Solo me dejo llevar por los momentos que estaban aconteciendo...
He vuelto a Roma tres veces después de esa primera visita, y siempre regreso al mismo lugar, al mismo paraje, a la misma casa, a las mismas calles. Y siempre me siento a gusto, bienllegada, bien acogida y bien recibida.
Esa pequeña plaza la presagio mía, la siento mi casa, percibo mi hogar. 

Nos vemos y nos leemos pronto
Piazza SS Apostoli

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