viernes, 2 de agosto de 2013

MALTA


Desde aquí todo es diferente. Lo que antes estaba allí, ahora torna y está aquí... conmigo. Mirar y ver lo que nunca veo, pues estoy viviendo dentro de ese mirar, me hace sentir diferente, especial. Observar la tierra desde el mar es una experiencia única. Ver las olas de este mar, por el que navego, besar la tierra que desde lejos contemplo, es para mí una costumbre nueva. Llevo un rato en cubierta y tengo frío. Un frío largo y silencioso. El viento me roza la cara con crudeza, pero yo no rindo la mirada a esas luces que poco a poco se van encendiendo en las calles de esa ciudad amarilla y misteriosa: La Valletta.
Esta mañana al despertar, todo fue sorpresa. Todo era nuevo y por descubrir. Un puerto antiguo con su bocana ancha nos recibe abriendo sus brazos, como a uno más, como a uno de tantos y tantos que han anclado en sus oscuras aguas. Y a su alrededor una ciudad que sube por intricadas calles la pendiente que del mar la aleja. Una ciudad amarilla pues de esa tonalidad es la piedra que en la isla se trabaja.
La piedra es caliza y seca, con ese color que hace que la ciudad luzca, en medio del azul Mediterráneo, todos sus tonos dorados. Ella tiene el sabor de lo antiguo, de lo decadente y de lo viejo. Palacios suntuosos sin habitar, casas señoriales abandonadas al salitre de ese mar que brilla aún en los cristales de las ventanas rotas. Y muchas iglesias: grandes, pequeñas, recónditas, resplandecientes, maravillosas y lóbregas.
En los rostros de sus habitantes se intuyen las mezclas de las civilizaciones visitadoras e invasoras: árabes y griegos, españoles e italianos, turcos y franceses... y por último ingleses. 
Hablan un inglés áspero que mezclan con su idioma de origen: el maltés, y hacen algunos guiños al italiano; todo esto hace que sea un poco difícil entender tan complicada lengua. Pero no por eso, el ciudadano maltés deja de ser hospitalario y recibidor y te indica con simpatía los lugares más emblemáticos y a veces desconocidos de la capital. Y así, siguiendo los consejos de un amable vallettero, subimos a la Mdina: antiguo centro neurálgico de la ciudad.
Preciosa: casas de piedra con puertas de colores y llamadores de latón configurando distintos animales del ancho mar. Vistas grandiosas, calles estrechas y solitarias, tiendas escondidas en portales de piedra, restaurantes en patios llenos de buganvillas, música que se cuela a las calles desde los balcones vestidos de blancos visillos... ¡Maravillosa Mdina!
Y aquí estoy, en cubierta y tengo frío pero no puedo dejar de mirarte: ciudad que por misteriosa y silenciosa me has cautivado. Te digo adiós Malta, La Valletta, la Mdina. En la retina me llevo tus colores y en el corazón tu belleza.

Nos vemos y nos leemos pronto.







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